
La noche favorecía al ambiente de silencio. No se escuchaban mas que los ruidos muy lejanos de los coches sobre la avenida mas cercana, no era un hora de mucho transito. Coloqué el separador y cerre el libro. Tomé un sorbo de té y dejé que la calma de la música en el reproductor me abordara. Sonidos suaves y de tonos profundos. Pude sentir la calidez de las notas pero de colores fríos. Visiones de cristales pulsantes de forma armónica, suspendidos en el eter de inmensa profundidad.
Te hipnotiza y te lleva, quieres tocar uno con tus manos, como si en el interior guardaran la solución a todos y cada uno de los problemas de tu vida diaria. El solo contemplarlos lleva paz a tu ser interior que, ansioso por tener más que el día anterior, lo siente de inmediato y cesa en el afán destructivo de poseer uno solo de ellos. Pasas entre ellos que transmiten ondas que llevan a tus oidos y mente, palabras llenas de poder y capacidad para lograr tus objetivos.
Te has llenado de luz, no sabes cuanto tiempo has permanecido como bateria en recarga. Comienzas a alejarte y los cristales parecen irse aglutinando en una sola entidad, aumentando la intensidad de su luz, los colores se pierden y dan paso a una sola blanca. Cegadora; ahí es cuando abres los ojos y estas de vuelta en el sillón, con tu libro a un lado y el té aun humeante.
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